A eso del anochecer
-iba la luna a nacer-,
conversaban tres hermanas,
hilando lino muy ufanas.
«Si reina algún día fuera
-dijo la hermana primera-,
daría al mundo un festín
que nunca tuviera fin».
«Si reina algún día fuera
-dijo otra placentera-,
tejería blanco lino
para cada campesino».
«Si reina algún día fuera
-dijo la hermana tercera-,
un hijo al rey daría,
bello cual la luz del día».
En aquel preciso instante
se abrió la puerta, chirriante,
y se asomó se sopetón
el rey de aquella nación,
que todo lo había oído
junto a la valla escondido.
Le gustó mucho al señor
lo que oyera a la menor
y le dijo: «Mi galana,
sé del reino soberana.
Dame un hijo, fuerte y sano,
para fines del verano.
Y vosotras dos, mocitas,
de mi mujer hermanitas,
vendréis también a la corte,
conmigo y con mi consorte.
La una será hilandera
y la otra, cocinera».
Salió el rey Saltán despacio,
y se fueron al palacio.
No quiso el rey esperar y al punto se hizo casar.
Con la joven soberana
luego estuvo de jarana.
La llevó después, gentil,
a su cama de marfil
y quedó solo con ella,
tan anhelada y tan bella.
Lloraba la cocinera
y mugía la hilandera.
Sentían envidia insana
de la reina, de su hermana,
que cumpliendo su promesa,
quedó encinta a toda priesa.
Continuará