Queridos lectores,
Hay historias que no necesitan autor porque pertenecen a todos. Viajaron de boca en boca durante siglos, puliéndose con el tiempo, hasta convertirse en pequeñas joyas del lenguaje y la imaginación. Pero en el presente, muchas veces esos cuentos tradicionales parecen quedar fuera del mapa: no porque hayan desaparecido, sino porque el mercado los ha convertido en versiones simplificadas, rápidas, sin conflicto.
Hoy abundan los cuentos donde nadie sufre, nadie se equivoca, nadie enfrenta el miedo. Son productos que se leen fácil, pero que apenas dejan rastro. Frente a eso, los cuentos tradicionales conservan una fuerza intacta: su lenguaje, su misterio y esa mezcla de alegría y dolor que nos recuerda que la vida no cabe en fórmulas.
Durante siglos, narradores y oyentes fueron afinando esas historias. El cuento tradicional es una obra colectiva: cada generación añadió una palabra, una imagen, una lección. Así nació ese lenguaje tan vivo y colorido, capaz de unir lo poético con lo humano. En Juan el Oso, La hija del molinero, Las tres hilanderas o El pájaro de oro, el héroe no escapa del conflicto: lo atraviesa. Y al hacerlo, nos enseña algo esencial sobre el coraje, la pérdida o la esperanza.
Los cuentos verdaderos no buscan protegernos del mundo: nos enseñan a habitarlo. Por eso siguen resonando, incluso en tiempos de pantallas y distracciones.
En pobre lobo creemos que volver a contar es un acto de resistencia. Escuchar y compartir estas historias es mantener viva una tradición que no pertenece al pasado, sino al presente que todavía necesita imaginación, ritmo y verdad.
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